LA EDUCACIÓN FÍSICA Y EL DEPORTE COMO CULTURA Y COMO ACCIÓN POLÍTICA Y SOCIAL
Dr. Manuel Vizuete Carrizosa
Educación Física y entorno cultural
En el caso de la Educación Física, como en el de cualquier otra ciencia o disciplina, es preciso comenzar por una legitimación de los contenidos y, posteriormente, precisar la posición de los enseñantes en el sentido de que las prácticas que realizamos responden a una serie de saberes y experiencias acumulados que se renuevan constantemente mediante la experiencia y la práctica diaria. Dicho de otro modo, que nuestro modo de operar está sustentado y referido a la cultura y legitimado por un cuerpo científico.
Desde este punto de vista, es preciso que definamos, en primer lugar, el contexto ideológico de la Educación Física y del deporte contemporáneo, y su ubicación dentro del fenómeno social conocido como cultura del ocio y la consideración especial que en las sociedades desarrolladas ha de darse al llamado tiempo liberado.
El trabajar más y mejor de la propuesta patronal, encuentra su réplica en trabajar menos para trabajar todos de la reivindicación obrera. En la historia reciente de la humanidad es fácil seguir el itinerario de la lucha por conseguir rescatar humanizado el tiempo que las clases obrera se vieron obligadas a vender en las peores condiciones. En este sentido, el ocio en su acepción más profunda, significa: actividad creativa y enriquecedora en libertad, entendida esta como posibilidad de escoger y para desarrollar al máximo las cualidades intrínsecas de cada uno[1].
Al objeto de clarificación terminológica, hemos de significar que el término libertad ha sido introducido por historiadores y sociólogos. Tiempo libre es, por tanto, una aceptación universal para definir el tiempo rescatado al trabajo; donde cesa el trabajo determinado por la necesidad y la finalidad exterior. Por su naturaleza, se encuentra mas allá de la esfera de la productividad propiamente dicha. Solamente se puede considerar tiempo libre, aquel que permite el desarrollo de las cualidades humanas. Karl Marx[2].
Es decir, que solo pueden considerarse realmente ociosos los espacios de tiempo que pueden ser disfrutados de forma personal y sin preocupaciones de carácter utilitario. Por ello, lo que caracteriza al tiempo liberado de la actividad laboral es su dimensión específicamente humana, determinado por la posibilidad de convertirse en un tiempo desalienante y humanizador.
En cualquier caso, resulta difícil y controvertida, para los especialistas, la definición del ocio. En principio, hemos de argumentar que el ocio es un fenómeno resultante de los avances tecnológicos que han permitido liberar al hombre de una buena parte del tiempo que antes debía invertir en el trabajo, así, el tiempo de ocio sería el que queda libre una vez terminado el trabajo y cubiertas las necesidades casi biológicas,[3] sin que exista una delimitación clara de cuáles son estas necesidades, ya que el desarrollo de la vida humana comporta distintos enfoques y connotaciones a la hora de calificar una actividad.
En otro sentido, el ocio queda definido por aquellas actividades que el hombre realiza fuera de sus obligaciones profesionales y al margen de las necesidades tanto físicas como sociales que le ocupan, lo que el hombre hace y podría no hacer es considerado como ocio puro, por lo que, junto a la posibilidad de realizar actividades en el tiempo de ocio hay que inscribir la voluntad o el deseo de realizarlas, hecho este, que tiene que ver: con situaciones de tipo cultural, de formación humanística y con el estado de la oferta de servicios que para ese tiempo de ocio les sean propuestos a cada persona o sociedad concreta.
La primera cuestión que surge a la hora de contextualizar la actividad física y el deporte en el tiempo de ocio, es el contrasentido, aparente, que dimana de la propia naturaleza activa y de esfuerzo físico que conlleva esta actividad, al incluirla en un espacio de tiempo conceptuado como de descanso.
Por otra parte, el espectro abarcado por el concepto deporte es muy amplio y con muy diversas alternativas. Para una gran mayoría de personas que hacen del deporte su opción para el tiempo de ocio, su papel en el fenómeno deportivo no pasa de ser el de espectador, con lo cual, su nivel participación en el evento es el de haber elegido esta actividad como distracción. Para otro tipo de personas, a la implicación dentro del proceso deportivo o de sportivización social, se llega como consecuencia de un deseo de perfección de sí mismo o de la propia estructura que soporta a la actividad deportiva en cualquiera de sus niveles, aquí encontraríamos al practicante deportivo en el primer caso, y en el segundo al promotor deportivo. En cualquier caso, el objetivo de ambas opciones es el sentirse mejor una vez realizada la actividad deportiva de que se trate, bien es verdad, que hemos de distinguir aquí la diferencia entre lo realizado en provecho propio y lo que se aporta, desde una visión puramente altruista, a una dimensión socialmente constructiva, que es conectable, prácticamente de forma automática, con la acción política.
Se define igualmente al ocio, como el empleo de las facultades que no pueden ejercerse de forma efectiva en la profesión. El ejercicio de estas en actividades voluntaria y libremente elegidas desarrolla una cierta cultura intelectual o física que, convenientemente organizada y estructurada, suponen una oferta cultural para ese tiempo ocioso, cultura que, de forma no consciente, se transmite a los participantes con indudable influencia en su personalidad y en sus modos de ser y de actuar.
Este concepto de tiempo de ocio como tiempo de educación personal es algo completamente claro en cualquier teoría de la Educación Física y del Deporte. El problema surge a la hora de determinar: los momentos de educación, el tipo de educación, los contenidos, los objetivos, el educador y, sobre todo, ¿quién o en que instancias, o en beneficio de quién o de qué, ha de configurarse esta acción evidentemente política?
Otra de las cuestiones, a tener en cuenta, es la atracción que despiertan la Educación Física y los deportes como opción a la ocupación del ocio; para muchos estudiosos del fenómeno, la explicación está en razones profundas que tiene que ver con el desarrollo de la propia personalidad, el concepto de homo ludens suele aplicarse con trascendencia genética respecto del placer que el juego genera en el ser humano, juego entendido, en este caso, como actividad variada, discusión, toma de decisión, ejercicio, competición, superación de las propias posibilidades, etc.[4]
A la hora de integrar las actividades físicas y los deportes dentro del ocio, resulta imprescindible que ese ocio sea una realidad tangible; de hecho, hablar de ocio en la España de principios de siglo o incluso en los primeros tiempos del franquismo, no deja de ser una utopía, ya que, como sabemos, solo se puede hablar de ocio cuando las sociedades tienen cubiertas las necesidades vitales. Esta y no otra es la valoración esencial del fenómeno que nos permite incluirlo como uno de los parámetros cualificadores de otro concepto más amplio que definimos como calidad de vida. Otro problema añadido es el de la consideración moral de las actividades de ocio, no resulta fácil, en modo alguno, pasar de la idea universalmente asentada desde la revolución industrial, del trabajo como fuente de virtud y la ociosidad como madre de todos los vicios, a la teoría del ocio como generador de cultura y de hábitos sociales útiles y altruistas.
Para gran parte de la sociedad, hasta época muy reciente, la realización de actividades físicas se asociaba permanentemente a los profesionales del espectáculo circense o deportivo o, en todo caso, a los económicamente poderosos que no tenían necesidad de procurarse el sustento y podían permitirse el lujo de perder el tiempo en actividades inútiles. Obviamente cosa de hombres, y de algunas mujeres excepcionales, por lo fuera de lo común, que no tenían miedo de poner en cuestión aspectos, social y religiosamente tenidos como esenciales e inherentes a la condición femenina.
La aparición del tiempo de ocio en todos los países desarrollados, es consecuente a la especialización de las ocupaciones y a la división del trabajo en horas. La actividad laboral delimitada por el horario, por una parte, y la resolución de las necesidades vitales por otra, es lo que determina la posibilidad del ocio creativo, y esto ocurre siempre a partir de determinados niveles de renta per cápita.
Cuando se tiene una jornada laboral definida y no es necesaria una segunda ocupación para resolver necesidades inmediatas y vitales, podemos comenzar a hablar de tiempo de ocio, o de la posibilidad de tenerlo. Este hecho, en España no comienza a generalizarse mediada la década de los setenta; hasta entonces, el tiempo que no se dedica a la actividad laboral se dedicaba, casi exclusivamente, al descanso.
Esta situación descrita es la que determina que la generalidad de la sociedad española haya venido accediendo al fenómeno de la Educación Física y del deporte desde la órbita del espectador, por lo que, hasta mediados los ochenta, y en lo que se refiere a la participación ciudadana, el nivel de distracción o de espectador del fenómeno deportivo que hemos señalado anteriormente, era prácticamente el único alcanzable por los adultos, los trabajadores, y las clases sociales más desprotegidas.
El binomio ocio-actividad física en el mundo contemporáneo.
Debido a una evolución positiva de los niveles de renta en España, especialmente a partir del desarrollismo de los sesenta, se aprecia un gradual acceso a las actividades físicas en el tiempo libre en la segunda mitad del periodo franquista, con una aceptable organización técnica en los niveles escolares y de juventud, planteada como acción política y con la pretensión de llegar a todos los rincones del país.
El gran esfuerzo realizado en este momento, corresponde más a los ejecutores de la misión que a una verdadera intención política. Este esfuerzo enorme, de gran carga voluntarista acababa siendo estéril, ya que, el esfuerzo llevado a cabo en los niveles infantiles y de adolescencia quedaba anulado al alcanzar las edades de acceso a la actividad laboral, en las que por imperativo de la necesidad personal y de las condiciones en que el trabajo se desarrollaba, quedaba automáticamente descartada cualquier posibilidad del tiempo de ocio. Por otra parte, la documentación existente sobre fines y objetivos de la Educación Física y el deporte, no contemplaba la actividad física como alternativa al tiempo de ocio. Es más, no hay en ningún caso una referencia clara al tiempo libre y a las formas o posibilidades de su empleo.
Para los teóricos de la Educación Física y del deporte de los sistemas políticos totalitarios, esta es esencialmente una actividad educativa que forma parte de la formación política, actividad en la que, por su propia naturaleza, la posibilidad de incidencia política debe acentuarse, siendo lo político la razón última de la extensión del fenómeno. Es por ello que el reconocimiento de la calidad de politizable, referido a estas actividades, es lo que motiva un especial control de los centros de enseñanza, del tratamiento de la formación y del control del profesorado especializado.
Sería ocioso traer a colación el desarrollo vertiginoso llevado a cabo no solo en los planteamientos, sino también, en la extensión del propio fenómeno Educación Física en si mismos desde el final del XIX, a la desaparición de las instituciones de los regímenes totalitarios, que fueron el soporte técnico de la Educación Física, y la apropiación de las actividades física y el deporte por los Ayuntamientos democráticos en primera instancia, y los distintos escalones de la administración de las Autonomías y del Estado posteriormente.
Probablemente, nunca, desde la época del imperio romano en la península ibérica, se había visto un despliegue y un esfuerzo semejante en torno a la promoción de las actividades físicas y del espectáculo deportivo como el que se produce en la España de 1975 al 1992; el desarrollo fue tan rápido que superó las previsiones más optimistas, de tal manera, que en el momento actual nos enfrentamos, a un futuro marcado por el perfil generacional de los nacidos en los ochenta y los noventa, como progenitores, y el de los nativos digítales cuyo perfil merece un detenido estudio.
Los Juegos Olímpicos de Barcelona y la proliferación de las actividades de ocio y recreación basadas en el desarrollo de las actividades físicas, supusieron en su día, junto con una espiral económica basada en el consumismo deportivo, una falsa imagen del impacto real de las actividades físicas y del deporte en la sociedad contemporánea española.
Los jóvenes actuales, y el lugar que ocupan en la sociedad, como es habitual están determinado por el que ocupa su generación en el proceso de reproducción de la sociedad misma, por el momento histórico en que viven y por sus características generacionales concretas. En el momento actual nos encontramos ante una encrucijada juvenil, generada por el proceso de tránsito de la llamada generación juvenil de los ochenta, hija biológica de la generación de la postguerra que fue privada de los puestos de responsabilidad y de mando social por la llamada generación del sesenta y ocho; esta generación se enfrenta, al acceder a su edad adulta, a una sociedad de pocas oportunidades, por cuanto el acceso al poder social les es casi imposible al estar ocupado por la generación precedente, en un horizonte no inferior a veinte años, y que como hecho significativo mantiene el aferrarse, hasta casi la treintena, a pautas de conducta y modos de ser típicamente juveniles, dependencia de los padres incluida. Esta sociedad que actualmente está comenzando a alcanzar los peldaños del poder, adolece de la ausencia del valor de la cultura del esfuerzo, debido a su crecimiento en medio de un paternalismo culposo y a una falsa escala de valores. Educados según las propias teorías asimiladas, predicadas y debatidas por la generación paterna, vienen provistos de una carga de optimismo, integrismo, y combatividad digna de la generación de sus progenitores.
El espacio juvenil, por tanto, está en el momento presente ocupado, por una generación saliente que se aferra a la práctica deportiva como seña de mantenimiento y prolongación de la edad o modo de ser joven, y una generación entrante en la que el deporte forma parte de su educación, no como logro social y reivindicativo, sino como situación de hecho normal, asimilada dentro de un nuevo modelo de educación integral que les ha sido impartido. De alguna manera, podría decirse, que los jóvenes del desarrollismo y de la transición, han cedido el paso a los de la España desarrollada, autonómica y europea.
La traducción de estos hechos y circunstancias en las actividades deportivas, y en las de ocio y recreación es notable; el deporte reglado, de cuatro fundamentales más atletismo, característico de los ochenta, ha dejado paso, por aumento del poder adquisitivo en general, y del parque de instalaciones de libre acceso disponibles, a una mayor variedad de prácticas de actividades físicas y de posibilidades de empleo del tiempo libre. Igualmente, y probablemente por esta misma circunstancia, a una situación especial de rebeldía deportiva, sin duda alguna heredada, y que en las actividades deportivas juveniles está desarrollando lo que he denominado el anti deporte o el postmodernismo del deporte[5] actividades que no suponen tanto el desarrollo de lo que tradicionalmente hemos entendido como deporte, en el sentido tradicional del término, como el acercamiento al concepto de sport en su versión original.
Identificando los procesos formativos desde los puntos de vista sociales que definen a las generaciones que hemos situado en la encrucijada, hay que decir de la generación juvenil de los ochenta, que es la primera en la que se produce un corte radical en los medios modos y posibilidades de formación social con la generación precedente, se trata de la primera generación sobre informada en la que el papel de la televisión, de la publicidad y de los medios de comunicación es decisivo. Esta circunstancia es especialmente importante en lo que atañe a la construcción del imaginario social referente, sobre las actividades físicas y el deporte; de la lectura de periódicos y revistas deportivas, resúmenes en el No-Do, algún partido semanal en blanco y negro, y bastantes en diferido presenciados por sus progenitores, los niños y jóvenes de los ochenta, disfrutan del color, las retransmisiones en directo y de canales de televisión exclusivos de deportes. La identificación de los modos y las pautas sociales con aspectos deportivos como noble competencia o fair play, o la inclusión en el propio lenguaje coloquial de términos y expresiones procedentes del deporte y de las actividades físicas, hacen que ese modo de vivir y de sentirse deportivo, sea una de las señas distintivas que identifica a estas generaciones frente a las anteriores.
Referido a España, la generación de los jóvenes nacidos en los ochenta, es la generación de la promoción deportiva. En efecto, frente al samaranchiano ¡Contamos contigo!, evolucionado al prudente ¡Mantente en forma!, ante al incapacidad de dar cabida, soluciones y posibilidades al desbordante interés participativo de la generación del sesenta y ocho, la generación de los ochenta es la generación posibilista, la de poner por obra lo predicado; es la del ¡Ningún niño sin saber nadar!, la de los planes experimentales de promoción deportiva, la de los primeros pasos reales del deporte para todos, son los destinatarios en definitiva de la furia organizativa de los primeros Ayuntamientos democráticos del ¡Hay que hacer algo…………….! de los Ayuntamientos del ¡se tiene que notar……………! son los beneficiarios, en primera instancia, de la furia creativa y de la acción de política social de la generación del setenta y ocho en su estreno del poder. Son, en definitiva, los primeros que asimilan la idea del deporte y de la práctica deportiva, como señas no solo de identidad juvenil sino de identidad social y de definición como grupo generacional. Por su parte, la generación actual es esencialmente distinta. Frente a la característica definitoria de desheredamiento que define a la generación del ochenta por haber sido privados sus padres de protagonismo social, frente a este carácter de espectadores crónicos que le atribuye el Informe Juventud en España[6] como consecuencia de sus dificultades para ser integrada en las estructuras del sistema social, esta generación, no presenta de entrada los problemas de la precedente en cuanto a su falta de identificación social o generacional.
Los dosmilenians no recuerdan los tiempos de guerra y mucho menos la vida en los sistemas totalitarios, excepto los que se mantienen como reliquias anacrónicas y, su desarrollo se ha producido, al igual que ocurrió en el caso de la generación de sus progenitores, en un momento histórico estable y seguro, con las ventajas, en este caso, de haberse finalizado los procesos de desarrollo y cambios políticos que hicieron la infancia de sus padres, si no insegura, al menos preocupada por el porvenir. En cuanto a los medios, no solo han dispuesto de los que tuvo la generación precedente, sino que además son la generación de la sociedad de la informática y de la información con todo lo que eso conlleva de exactitudes, de control y de perfecciones, nunca hubo generación que tuviera más claro las relaciones de causa efecto, ni que se preocupara tanto por cualquier fallo del sistema o por los procesos no controlables.
Las actividades físicas y el deporte suponen para ellos un hecho normal y cotidiano, literalmente no entra en su idea del mundo y de la sociedad un mundo sin deportes, de hecho, pueden ser definidos como la generación de la raqueta por su hábito de llevarla consigo a todas partes. Frente a la generación del balón de cuero de la postguerra, el balón de reglamento como objetivo de los cincuenta, o el balón de baloncesto como timbre de progresía y modernidad que definía a la generación del sesenta y ocho que detestaba, en un peculiar no están maduras por su identificación burguesa, al tenis, la generación milenians, parece haber enterrado, definitivamente, el chándal de goma espuma de sus padres, para reivindicar entusiasmada las marcas y su derecho a disponer de una buena pista, para dos donde dar, sin prisas ni agobios, rienda suelta al entusiasmo deportivo-recreativo que les caracteriza.
Hay que decir también, que la generación paterna ha roto sus viejos prejuicios y, saltando sobre sus propias ideas sobre la forma de entender la relación progresismo-deporte, encara el golf como deporte en el que encontrar, tal vez el secreto de la eterna juventud, o quizás la catarsis social necesaria que justifique el haber caído en los viejos moldes criticados e iniciar la reconciliación generacional con sus mayores.
Hay, no obstante, sobre todos los demás, un sobresaliente aspecto en la generación de los noventa, ante cualquiera de las precedentes en relación con la actividad física y el deporte, se trata de la incorporación masiva de la mujer al deporte, la presencia cada vez más numerosa de las chicas en las canchas, no ya demandando atenciones en el terreno físico deportivo sino ocupando, sin dar explicaciones, sin aspavientos, con desenvoltura y naturalidad, un espacio que hasta ahora había pertenecido a los varones a los que comienzan a desalojar cuando no aceptan compartir. Es, en definitiva, la consecuencia afortunada y visible de un proceso educativo en el que, por primera vez en la historia, la mujer tiene un puesto en los rankings deportivos en igualdad de condiciones; una generación que inscribe los nombres de sus heroínas adelantadas, entre las grandes campeonas olímpicas, por delante de las aportaciones masculinas.
Desde el fin de siglo, la práctica deportiva de los jóvenes entra de lleno en su forma de entender la vida y no solo eso, el deporte se convierte en una posibilidad de realización personal, del medio con el que abandonar el anonimato, de salir de la mediocridad y de destacar del grupo.
Para la generación milenians, los deportes de asociación, los deportes de equipo, han entrado en crisis, están demodé, la medida del influencer, que es el modelo o el mito de esta generación, es incompatible con el espíritu de sacrificio anónimo del deportista de equipo, del gregario en calificativo moderno. Se busca una actividad deportiva en la que se pueda asegurar el éxito, el triunfo y el impacto espectacular y rentable económicamente en las redes sociales: no importa el riesgo, no importa el precio, no importa la complicación técnica; atrae la aventura, el riesgo en solitario. Lo sofisticado de los materiales, el ir por delante técnicamente ya es parte del triunfo: estar al día en las noticias de deportes minoritarios o exclusivos, dominar el argot, el slang técnico de algo novísimo, es el objetivo deportivo de los jóvenes de la generación milenians. Ha muerto, para esta generación, la ilusión por la medalla de promoción oficial, excepto si tiene un buen precio, lo interesante es poder desarrollar una actividad en libertad y estar en el punto de mira, en la atención de los otros, ser capaz de estar por encima de…, siempre con la suficiente inteligencia como para que los demás se enteren donde está el número uno.
Podemos anunciar, desde ahora, la crisis de los grandes complejos deportivos de sudor y convivencia colectiva; la valoración de los espacios naturales, eso sí, con el confort necesario, tiene que ver con las inquietudes ecologistas crecientes de esta generación que agobiada por las facilidades en instalaciones de práctica deportiva controlada, y aburrida por el discurso del deporte tradicional sobre el que se centra parte de su enfrentamiento generacional, busca en la práctica de las actividades físicas en solitario y con riesgo, el placer íntimo y personal de la actividad por la actividad sin ánimo de lucro, exactamente lo que en el principio se definió como sport.